Buscar la fecha exacta del inicio de una guerra es más complicado de lo que parece. ¿El 28 de junio de 1914 con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa, la condesa Sofía Chotek, a manos del nacionalista serbio Gavrilo Princip?... ¿El 28 de julio con el telegrama de Austria - Hungría?... El resultado sería el mismo. La sinrazón humana producirá millones de muertos, heridos y mutilados. El avance de la ciencia aplicado a la industria bélica es uno de los responsables de este enorme incremento en el número de víctimas. Es en este contexto donde queremos hablar de la científica más conocida de todos los tiempos: Marie Curie. También volveremos a recodar a otra gran mujer: Lise Meitner.
La doblemente laureada premio Nobel centró su interés en la aplicación de sus descubrimientos a ayudar a todos esos heridos en los campos de batalla. Para ello, ideó unas unidades móviles de Rayos-X que desplazándose por los diferentes frentes ayudaban a los médicos a determinar las heridas de los combatientes y su gravedad.
A través de la Cruz Roja y la Unión de Mujeres de Francia, Marie Curie instaló un aparato de Rayos X en un camión Renault convirtiéndolo en la primera unidad móvil de Rayos X de la historia. Pero esto que parece tan fácil, supuso que Marie Curie volviera a estudiar duramente. En primer lugar, necesitaba saber y comprender cómo eran los dispositivos de Rayos-X que se utilizaban, y en segundo, conocer la anatomía humana para realizar el diseño mejor posible. Se llegaron a equipar 20 coches (conocidos como los “Petit Curie”). La forma de trabajar en estas unidades móviles era agotadora: el cirujano se encerraba con Marie Curie en el cuarto oscuro mientras pasaban los soldados heridos uno tras otro. Aunque hablar de cifras es un poco arriesgado, al no existir registros, distintas fuentes cifran en más de un millón el número de heridos que pasaron por estas unidades radiológicas que se fueron instalando en distintos puntos durante la I Guerra Mundial.
Marie Curie se quedó uno de esos coches para uso personal y lo condujo ya no sólo por Francia, sino por los hospitales belgas y por el norte de Italia. Organizó cursos de formación para soldados estadounidenses a los que inició en el estudio de la radiactividad. Antes que las tropas de los EEUU abandonaran Europa al finalizar la guerra, Marie Curie había instruido a muchos médicos en el uso de los rayos X. En dos años, Marie Curie y su hija, Irene Curie, llegaron a formar a más de 150 técnicos.
Mientras tanto, en el otro bando, Lise Meitner realizaba una labor muy similar. Al comienzo de la I Guerra Mundial, Lise Meitner pensó en instalar un hospital militar en el instituto Kaiser Wilhelm en el que trabajaba. A tal fin, solicitó el apoyo de Max Planck y Ernst Beckman. Tras la negativa de ambos no se dio por vencida y decidió compaginar sus trabajos de investigación con la asistencia a cursos de anatomía y de técnico de rayos X.
El 4 de agosto de 1915, Lise Meitner subió a un tren que se dirigía a Polonia como integrante de una unidad de más de 280 personas. Tras su entrenamiento y vacunación, había sido asignada como voluntaria a un hospital militar situado en Lemberg, situado a unos 40 km del frente ruso. A principios de 1916, la actividad en el hospital decreció debido a que el frente oriental había alcanzado un punto muerto. Lise Meitner solicita el traslado al sur, a una zona donde la gran intensidad del conflicto haga su actividad más necesaria. En el nuevo destino, Trento, el trabajo vuelve a decrecer y solicita que la envíen a “algún lugar donde haya trabajo”. Finalmente, el destino es Lublin. Allí vive una ofensiva rusa de tal magnitud que el personal sanitario, agotado y enfermo, son incapaces de tratar la multitud de heridos.