Tal vez la figura de Rosalind
Franklin es una de las más conocidas en el mundo de la Ciencia, y en
especial, en Cristalografía. Su nombre se encuentra unido al estudio del ADN
y al de tres investigadores, Watson, Crick y
Wilkins, que nunca quisieron reconocer la decisiva aportación de esta
mujer a la determinación de la estructura del ADN.
Fecha de nacimiento: Londres, 25
de julio de 1920.
Fecha de defunción: Londres, 16
de abril de 1958.
Graduada por la Universidad de
Cambridge, Rosalind Franklin obtuvo un doctorado en Química-Física por su
trabajo sobre la microestructura del carbón y el grafito. En 1947, se marcha a
trabajar en París en el Laboratorie de Services Chimiques de L’Etat donde
estudia la técnica de Difracción de Rayos-X sobre sustancias amorfas.
Tras su paso por París, Rosalind
Franklin empieza a trabajar en el Kings College de Londres. Y fue aquí
donde empezaron los problemas… Inicialmente, Rosalind Franklin, creyó
que iba a trabajar de forma independiente pero la verdad fue que lo hizo bajo
la dirección de Maurice Wilkins. Lo demás ya es bastante conocido: Sin su
permiso, Wilkins, enseñó uno de los diagramas de difracción de Rayos-X
del ADN a James Watson que había realizado Rosalind Franklin y sobre
el que ella estaba trabajando. Esta es la famosa Fotografía 51. Ante la
calidad del diagrama, Watson lo vio claro y unas semanas
después él y colega, Francis Crick, presentaron su
propuesta para la estructura del ADN. Se acaba de realizar el descubrimiento
más importante y decisivo de la Biología Moderna.
Tras estos inclasificables
hechos, Rosalind Franklin abandona el Kings Collage y el estudio del
ADN. Se traslada al laboratorio de Bernal en Birkbeck y allí inicia una
fructífera colaboración con Aaron Klug (que alcanzaría el premio
Nobel en 1982) sobre los virus de las plantas (en especial sobre el virus del
mosaico del tabaco) y que mantendría hasta su muerte por cáncer en 1958.
En 1962, Wilkins, Watson
y Crick
recibieron el premio Nobel de Medicina y Fisiología por el descubrimiento de la
estructura del ADN. Los premios Nobel no se conceden de forma póstuma, desde 1974, pero
ninguno de ellos tuvo ni la más mínima palabra hacia la mujer cuyo trabajo de
difracción de rayos X fue determinante para la consecución de este hito
científico. Además, si esa norma es de 1974, ¿por qué no lo hicieron en 1962?
Crick, Watson y Wilkins |
Podemos tomar las propias palabras de Watson en su libro La
doble hélice (1968) sobre cómo veía él a Rosalind Franklin y su
trabajo en el Kings Collage. Clarificador resulta el tercero de los párrafos:
“Maurice poseía ambas cualidades,
era evidente: prueba de ello es que fue el primero que se dedicó a investigar
el ADN. Pero Francis sentía que nunca lograría convencer a Maurice de que uno
no puede ir con cautela cuando tiene entre las manos dinamita con el ADN.
Además, cada vez era más difícil a Maurice apartar de su mente a su ayudante
Rosalind Franklin.
No era que estuviese enamorado de
Rosy, como nosotros la llamábamos, todo lo contrario. Casi desde el mismo
momento en qué llegó al laboratorio de Maurice, empezaron a contrariarse
mutuamente. Maurice, en principiante en el trabajo de difracción de Rayos-X,
necesitaba alguna ayuda profesional y confiaba en que Rosy, experta
cristalógrafa, pudiera ayudarle en sus investigaciones. Sin embargo, Rosy no
veía la situación de esta manera. Pretendía que el ADN era problema suyo y no
se consideraba como ayudante de Maurice.
Sospecho que al principio Maurice
esperaba que Rosy se pacificaría. No obstante bastaba con fijarse en ella para
saber que no se doblegaría con facilidad. Se abstenía deliberadamente de
realzar sus cualidades femeninas. Aunque sus rasgos eran algo angulosos ni
carecía de atractiva, y si hubieran prestado un poco más de interés a su modo
de vestir habría resultado deslumbrante. Pero no lo hacía. Nunca había carmín
en sus labios que contrastara con sus negros cabellos y, a sus treinta y un
años, su atuendo no demostraba más imaginación que la de las adolescentes
inglesas de medias azules. Resultaba fácil verla como producto de una madre insatisfecha
que pensara que una carrera profesional podía salvar a una muchacha brillante
de casarse con algún hombre estúpido…”
Tal vez es el momento de volver a
las entradas que dieron origen a este blog por el mes de septiembre de 2013. Charles
Darwin en 1871, Santiago Ramón y Cajal en 1932 y James
Watson en 1968. Casi un siglo de diferencia y todo parece estar en el
mismo sitio.
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